3 Propaganda en tiempos de Guerra


1ª Guerra Mundial
A la deriva hacia la guerra

El siguiente tema sobre la propaganda de la primera guerra mundial fue desarrollado para la graduación de un seminario, en Diciembre de 1994.

Del fraude y el rápido movimiento de la fuerza: Propaganda doméstica durante la primera guerra mundial

“Conduce a esta gente a la guerra y se olvidarán para siempre de algo llamado tolerancia. Para pelear hay que ser despiadado y brutal, y el espíritu de la brutalidad despiadada entrará en la misma fibra de la vida nacional, infectando al Congreso, a las Cortes, al policía, al hombre de la calle.”

Una de las mayores ironías de la historia es que Woodrow Wilson, quien fue reelegido como candidato de la paz en 1916, llevara a América a la primera guerra mundial. Con la ayuda de un aparato de propaganda sin paralelo en la historia del mundo, Wilson metió a una nación de inmigrantes dentro de una lucha total. Un examen de la opinión pública antes de la guerra, los esfuerzos de propaganda durante la guerra y la persistencia de la propaganda en tiempos de paz, levantan significativas preguntas sobre la viabilidad de la democracia como principio gobernante.
Como un resaca marina, el flujo de EE.UU. hacia la guerra fue sutil y poderoso. Según el extrovertido pacifista Bourne Randolph, los sentimientos de guerra se extendieron gradualmente en varios grupos intelectuales. “Con la ayuda de Roosevelt” –escribió Bourne– “los murmullos se convirtieron en monótonos cantos y finalmente en un coro tan poderoso que estar fuera de él, debía ser al principio vergonzoso y finalmente casi obsceno.” Una vez que la guerra estuvo en curso, la disensión fue prácticamente imposible. “Si usted creyó que nuestra entrada a esta guerra fue un error,” –escribió La Nación en un editorial de la posguerra– “si usted sostiene, como lo hizo el presidente Wilson al principio de 1917, que el resultado ideal sería 'una paz sin victoria', entonces usted es un traidor”. Forzados a permanecer tranquilamente al margen, mientras sus vecinos se precipitaban hacia la guerra, muchos pacifistas estuvieron de acuerdo con Bertrand Russell respecto a que “la mayor dificultad es la resistencia puramente psicológica a la sugerencia masiva, de donde la fuerza que llega se vuelve tremenda, cuando toda la nación está en un estado de violenta excitación colectiva.”
Este frenético apoyo para la guerra fue particularmente notable a la luz de que la reelección de Wilson fue ampliamente interpretada como voto para la paz. Después de todo, en Enero de 1916, Wilson dijo que: “en lo puedo recordar, este es un gobierno de la gente y esta gente no escogió ir a la guerra.” En retrospección, es evidente que el voto para Wilson disimuló profundas divisiones en la opinión pública. Por el tiempo de su investidura, los inmigrantes constituían un tercio de la población. La propaganda aliada y la alemana restablecieron lealtades del viejo-mundo entre “separados” Europeo-Americanos y las opiniones sobre la intervención de los EE.UU., estaban duramente polarizadas. Más de ocho millones de Germano-Americanos vivían en este país y muchos simpatizaban con las causas de su patria. Mientras tanto, los sentimientos anti-Alemanes eran fuertes entre las clases altas en la costa atlántica y eran particularmente intensos entre quienes tenían relaciones sociales o de negocios con Gran Bretaña o Francia. La mayoría de los americanos, sin embargo, no estaban conectados al conflicto europeo por sangre o capital y no les interesaba emprender una guerra en ultramar.

El Comité sobre Información Pública

La ausencia de unidad pública fue la primera preocupación cuando EE.UU. entró en guerra en abril 6 de 1917. En Washington, un soporte público firme fue considerado crucial para el esfuerzo completo en tiempos de guerra. El 13 de abril de 1917, Wilson creó el Comité sobre Información Pública (CPI*) para promover la guerra internamente, mientras se publicitaban las metas Americanas de la guerra al exterior. Bajo el liderazgo de un periodista sensacionalista de nombre George Creel, el CPI reclutaba con el poder de comerciantes, medios, académicos y artistas del mundo. El PCI mezclaba técnicas de publicidad con una sofisticada comprensión de la psicología humana y sus esfuerzos representaban la primera vez que un gobierno moderno diseminaba la propaganda a tan amplia escala. Es fascinante que este fenómeno, a menudo ligado a regímenes totalitarios, emergiera en un estado democrático.
Aunque George Creel era un portavoz crítico de la censura en manos de los servidores públicos, el CPI tomó medidas inmediatamente para limitar información perjudicial. Invocando el tratado de propaganda Alemana el CPI llevó a cabo “directrices voluntarias” para las noticias de los medios y ayudó a aprobar el Acto de Espionaje de 1917 y el Acto de Sedición de 1918. El CPI no tuvo una explícita aplicación de fuerza, sin embargo “disfrutó el poder de censura equivalente a dirigir la fuerza legal.” Como modernos reporteros que participan en las fuentes de prensa del Pentágono, los periodistas, de mala gana cumplían con las directrices en razón de permanecer conectados al círculo de información. Periodistas radicales, como los socialistas de Appeal to Reason, fueron extinguidos casi por completo por las limitaciones de tiempos de guerra o por disidencia. El CPI, no era un censor en el sentido estricto, pero “estuvo cerca para realizar esa función como ninguna agencia de gobierno en EE.UU., lo hiciera nunca”.
La censura fue solamente uno de los elementos de los esfuerzos del CPI. Con toda la sofisticación de una moderna agencia de publicidad, el CPI examinaba las diferentes formas que la información enviaba a la población e inundaba esos canales con material en pro de la guerra. La división domestica del CPI estaba compuesta de 19 sub-divisiones y cada una se centraba en un tipo particular de propaganda. Una encuesta amplia esta mas allá del alcance de este ensayo. Pero el uso de periódicos, académicos, artistas y realizadores de películas será discutido.
Uno de los elementos más importantes del CPI, fue la División de Noticias, la cual distribuyó más de 6,000 comunicados de prensa y actuó como el primer conductor para información relacionada a la guerra. De acuerdo con Creel, en una semana cualquiera, más de 20,000 columnas periodísticas eran llenadas con material recogido de hojas informativas del CPI. Entendiendo que muchos americanos iban directamente a la página principal y directamente a la sección de artículos fondo, el CPI también creó la División de Artículos de Fondo Sindicalizado y reclutó la ayuda de destacados novelistas, escritores de cuentos cortos y ensayistas. Estos populares escritores americanos presentaron la línea oficial en una forma fácilmente digerible y se dice que su trabajo alcanzo unos doce millones de gente cada mes.
La División de Cooperación Cívica y Educacional, se apoyaba fuertemente en estudiantes que agitaban panfletos con títulos como The German Whisper (El Susurro alemán) German War Practices (Practicas de Guerra Alemanas) y Conquest and Kulture (Conquista y Cultura). El rigor académico de muchos de estas piezas era incuestionable, pero muy respetables pensadores, tales como John Dew y Walter Lippman, también voceaban su apoyo a la guerra. Incluso en frente de esta tendencia, como quiera, algunos estudiantes rehusaban caer en la línea. Randolph Bourne había sido uno de los alumnos estrella de John Dew y se sintió traicionado por la colaboración de su mentor en los esfuerzos de guerra. En uno de los varios elocuentes ensayos en tiempos de guerra, Bourne salvajemente atacó a sus colegas por que concientemente llevaban al país hacia el conflicto. “Los intelectuales Alemanes, van a la guerra para salvar su cultura de la barbarie” –escribió Bourne. “¡Y los franceses, para salvar a su bella Francia! ...No son nuestros intelectuales igualmente fatuos cuando nos dicen que nuestra guerra de guerras es impoluta y emocionantemente para lograr el bien?”
El CPI, no limito sus esfuerzos promocionales a la palabra escrita. La División de Publicidad Pictórica “tuvo a su disposición muchos de los mas talentoso ilustradores y caricaturistas de publicidad del tiempo” y esos artistas trabajaron cercanamente con expertos anunciantes en la División de Publicidad. Periódicos y magazines entusiasmadamente donaban espacios para promoción y era casi imposible leer un periódico que no tuviera material del CPI. Grandes carteles, pintados con colores patrióticos, fueron pegados sobre carteleras a lo largo del país. Incluso desde el cínico punto de ventaja de los 90’s, hay algo convincente sobre estas imágenes que han brincado a través de las décadas y remueven un profundo anhelo por comprar bonos de libertad o enlistarse en la marina.
Las imágenes en movimiento eran más populares que las fijas, en la División de Películas se aseguraron que la guerra fuera promocionada en los cinemas. La industria fílmica con reputación de mala muerte, y los productores, buscaron respetabilidad prestando apoyo de todo corazón al esfuerzo de guerra. La disposición de Hollywood se resumió en un editorial de 1917 en The Motion Pictures News, que proclamaban que “cada individuo trabajando en esta industria quería hacer su parte” y prometía que “a través de diapositivas, filmes de fondo, promocionales, carteles y publicidad en periódicos, ellos expandirían esa propaganda tan necesaria para la inmediata movilización de los grandes recursos del país”.
Películas con títulos como El Kaiser: la bestia de Berlín, Lobos de la cultura, y las Cruzadas de Pershing, inundaron las salas de cine de América. Una película ¡Al diablo con el Kaiser!, fue tan popular que la policía para disturbios de Massachussets, tuvo que intervenir para tratar con una turba enfurecida a quien se le había negado la entrada.
La discusión precedente es solo un atisbo a la amplias actividades de propaganda domestica del CPI. Desde los podios en los salones de lectura y las pantallas móviles hasta las páginas de la ficción popular y dentro de los sobres de paga, la causa de los aliados fue creativamente publicitada en casi todos los canales de comunicación disponibles. Pero esto es solamente parte de la historia. Las técnicas de propaganda empleadas por el CPI, son también fascinantes y desde el punto de vista de el gobierno democrático, mucho mas significativas.

Demonios, atrocidades y mentiras
Definición de Propaganda


La palabra “propaganda” ha sido utilizada varias veces y el lector puede preguntarse cómo ha sido utilizado este término. La definición de “propaganda” se ha discutido ampliamente, pero poco acuerdo se logrado sobre su significado. Algunos argumentan que toda la comunicación persuasiva es propagandista, mientras otros sugieren que únicamente los mensajes deshonestos se pueden considerar propaganda. Los activistas políticos de todas las líneas aseguran decir la verdad en tanto que sus opositores predican propaganda. Para dar cabida al alcance de las actividades del CPI, esta discusión se apoya en la amplia interpretación del término dado por Harold Lasswell. “Ni bombas ni cacerolas” –escribió Lasswell– “sino palabras, cuadros, canciones, desfiles y muchos dispositivos similares, son los medios típicos de hacer propaganda.” Según Lasswell, “la propaganda confía en los símbolos para lograr su meta: manipular las actitudes colectivas.”
Los propagandistas generalmente intentan influenciar a los individuos a comportarse como si su respuesta fuera “decisión propia.” Las herramientas de la comunicación masiva prolongan el alcance del propagandista y le permiten formar las actitudes de muchos individuos simultáneamente. Porque los propagandistas procuran “hacer que el compañero piense para él,” ellos prefieren mensajes indirectos para evidenciar argumentos lógicos. Durante la guerra, el CPI logró esto, haciendo apelaciones emocionales calculadas, satanizando a Alemania, ligando la guerra a las metas de varios grupos sociales, y, cuando fue necesario, mintiendo categóricamente.

Apelaciones Emocionales

La propaganda del CPI apelaba generalmente al corazón, no a la mente. La agitación de las emociones es una técnica preferida del propagandista, porque “cualquier emoción se puede ser canalizada hacia cualquier actividad por medio de manipulación experta.” Un artículo que apareció en la revista Scientific Monthly, poco después la guerra, señala que “el sufrimiento detallado de una jovencita y su gatito podía motivar nuestro odio contra los Alemanes y despertar nuestra simpatía hacia los Armenios, hacernos entusiastas hacia la Cruz Roja, o de conducirnos a dar dinero para un hogar de gatos”. Lemas en tiempos de guerra tales como “Bélgica sangrante,” “Kaiser delincuente” y “Asegura el mundo para la democracia”, sugieren que el CPI no fue ajeno a esta idea. La evidencia de esta técnica puede ser vista en un cartel típico de propaganda que retrató a un agresivo soldado alemán, bayoneta en mano, con subtítulo “Golpea la espalda de los Hunos, con lazos de libertad”. En este ejemplo, las emociones de odio y miedo iban dirigidas a lograr dinero para la guerra. Es una nota interesante que muchos analistas atribuyan la falla de la propaganda alemana en América al hecho que ellos enfatizaron la lógica sobre la pasión. Según el Conde von Bernstorff, un diplomático alemán, “la característica destacada del americano medio es bastante mas sentimental, aunque superficial,” y los telegramas de prensa alemanes fallaron totalmente en darse cuenta de este hecho.

Satanización

Una segunda técnica de propaganda empleada por el CPI fue la satanización del enemigo. “Tan grande es la resistencia psicológica a la guerra en las naciones modernas,” escribió Lasswell “que cada guerra debe aparecer ser como una defensa contra una amenazadora agresión asesina. No debe haber ninguna ambigüedad sobre a quién debe odiar el público.” La propaganda americana no fue la única fuente de sentimientos anti-Alemanes, pero muchos historiadores convienen en que los folletos del CPI fueron demasiado lejos al retratar a los alemanes como brutales agresores depravados. Por ejemplo, en una publicación del CPI, el profesor Vernon Kellogg pregunta “¿sorprendería a alguien si después de la guerra, que alguien reconociera a un alemán y se hiciera a un lado para no tocarlo al pasar, o se inclinara a recoger piedras para lanzárselas?”
Una estrategia especialmente eficaz para satanizar a los alemanes fue el uso de historias atroces. “Una regla mañosa para despertar odio”, dijo Lasswell, “es, si al principio no se enfurecen, utiliza una atrocidad. Se ha empleado con invariable éxito en todo conflicto conocido por el hombre”. A diferencia del pacifista, quien argumenta que todas las guerras son brutales, la historia atroz da a entender que la guerra es brutal solamente cuando es practicada por el enemigo. Ciertos miembros del CPI fueron relativamente cautelosos en la repetición de acusaciones sin pruebas, pero las publicaciones del comité confiaban a menudo en material dudoso. Después de la guerra, Edward Bernays, quien dirigía las tentativas de propaganda del CPI en Latinoamérica, admitió abiertamente que sus colegas usaron presuntas atrocidades para provocar una protesta pública contra Alemania. Algunas de las historias atroces que circularon durante la guerra, tales como aquella de una tina llena de globos oculares o la del muchacho de siete años que enfrentó a un soldado alemán con un arma de madera, fueron en realidad recicladas de anteriores conflictos. En su trabajo seminal sobre propaganda en tiempos de guerra, Lasswell especuló que las historias de atrocidades serán siempre populares porque la audiencia puede sentir la indignación santurrona hacia el enemigo y en un cierto nivel, identificarse con los perpetradores de los crímenes. “Una joven violada por el enemigo” –el escribió– “otorga satisfacción secreta a una multitud de agentes violadores del otro lado de la frontera”.
La propaganda anti-alemana alimentó el apoyo a la guerra, pero contribuyó también a la intolerancia a nivel hogareño. Los perros salchichas –Dachshunds– fueron rebautizados perros de la libertad, el sarampión alemán cambio su nombre a sarampión de la libertad y la Universidad de la Ciudad de New York redujo a un crédito cada curso en alemán. Catorce estados prohibieron hablar en alemán en escuelas públicas. El adversario militar estaba a miles de millas, pero los Germano-Americanos representaban excelentes chivos expiatorios. En Van Houten, Nuevo México, una multitud enojada acusó a un inmigrante minero de apoyar a Alemania y fue forzado a arrodillarse frente a ellos, a besar la bandera y a gritar “al infierno con el Kaiser”. En Illinois, un grupo de entusiastas patriotas acusó a Roberto Prager, un minero alemán de carbón, de acumular explosivos. Aunque Prager afirmó su lealtad, al final fue linchado por la multitud enfurecida. Los explosivos nunca fueron encontrados.

La guerra para terminar todas las guerras

Las apelaciones emocionales y las caricaturas simplistas del enemigo influenciaron a muchos americanos pero el CPI reconoció que ciertos grupos sociales tenían necesidades de propaganda más compleja. Para alcanzar a intelectuales y pacifistas, el CPI afirmó que la intervención militar produciría una democrática Liga de las Naciones y el final de la guerra para siempre. Con otros grupos sociales, el CPI modificó sus argumentos, e interpretó la guerra como “un conflicto para destruir la amenaza de la competencia industrial alemana, (el negocio de grupo), para proteger el estándar de vida americano (trabajadores), para quitar ciertas influencias letales alemanas en nuestra educación (profesores), para destruir la música alemana - en sí misma una sutil propaganda (músicos), para preservar la civilización, el 'nosotros' y ‘civilización’ como sinónimos (nacionalistas), para hacer al mundo fuerte para la democracia, el aplastante militarismo, [y] establecer los derechos de las naciones pequeñas y otros, (grupos religiosos e idealistas).” Es imposible hacer declaraciones rigurosas sobre cuales de éstas apelaciones fue más eficaz, pero ésta es la ventaja que el propagandista tiene sobre el erudito de la comunicacion. El propagandista está preocupado ante todo, por la eficacia y puede permitirse el ignorar las demandas metodológicas de la ciencia social.

Deshonestidad

Finalmente, como la mayoría de los propagandistas, el CPI era deshonesto con frecuencia. A pesar de las afirmaciones de George Creel de que el CPI se esforzaba por una firme veracidad, muchos de sus empleados admitieron posteriormente estar absolutamente dispuestos a mentir. Will Irwin, un ex–miembro del CPI quien publicó varias piezas confesionales después de la guerra, sentía que el CPI fue más honesto que otros ministerios de propaganda, pero está claro que “nunca dijimos toda la verdad - por ninguna clase de medios”. Citando a un oficial de inteligencia quien francamente dijo: “no puedes decirles la verdad”. G. S. Viereck argumentó que, como en todos los frentes, las victorias eran fabricadas rutinariamente por autoridades militares americanas. El propagandista profesional entiende que, cuando se expone una sola mentira, la campaña entera está en peligro. La deshonestidad desalienta, pero en estrategia, no moral, motiva.

Propaganda de la posguerra

En los meses finales de 1918, cuando la guerra se acercaba a su fin, el CPI cayó bajo el incrementado escrutinio de un público americano cansado de la guerra y de la mayoría Republicana quienes habían ganado el control en el congreso. En Noviembre 12 de 1918, George Creel paró las actividades domésticas del CPI. Las actividades de la división extranjera fueron terminadas en medio de gran controversia, algunos meses más adelante. Se podría suponer que los propagandistas de guerra habían abandonado sus plumas y sus pinceles y que habían vuelto a una vida ordinaria. No fue así.
Según Lasswell, muchos antiguos agentes CPI permanecieron en Washington y Nueva York y aprovecharon sus habilidades y sus contactos. Dos años más tarde, el director de la división extranjera del CPI argumentaba que “la historia de la propaganda en la guerra era apenas digna de consideración, a no ser por el hecho de que no se detuvo ni con el armisticio. ¡En verdad! Los métodos inventados y probados en la guerra eran demasiado valiosos para las aplicaciones de gobiernos, facciones e intereses especiales”. El sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, llevó las técnicas que aprendió en el CPI, directamente a Madison Avenue se convirtió en abierto proponente de la propaganda como herramienta para el gobierno democrático. “Fue por supuesto el éxito asombroso de la propaganda durante la guerra lo que abrió los ojos de algunos inteligentes en todas las áreas la vida, a las posibilidades de controlar la mente pública,” escribió Bernays en su bombazo propagandístico de 1928. “Era simplemente natural, después de terminada la guerra, que las personas inteligentes se preguntaran si sería posible o no, aplicar una técnica similar a los problemas de la paz”.
Esta pacífica aplicación de lo que era, después de todo, una herramienta de guerra, comenzaba a preocupar un poco a los americanos, quienes sospecharon que habían sido engañados. En “La Nueva República”, John Dewey cuestionó las suposiciones paternalistas de quienes disfrazaron la propaganda como noticias. “Hay inquietud y solicitud sobre lo que los hombres deben leer y aprender” escribió Dewey y “el cuidado paternalista por la fuente de creencia de hombre, generado una vez por la guerra, acarrea problemas a la paz”. Dewey dijo que la manipulación de la información fue particularmente evidente en la cobertura post-Revolucionaria de Rusia. La Nación convino en 1919, arguyendo que “lo qué había sucedido, respecto a Rusia, era claro ejemplo de lo que puede lograr la propaganda gubernamental. Las noches de Bartolomé nunca ocurrieron, los mas salvajes rumores de abusos del comunismo hacia mujeres, asesinatos y matanzas, era tomados de obscuros periódicos escandinavos y retransmitidos rápidamente en los EE.UU., mientras que cualquier cosa favorable a los soviéticos, todo lo que fuera constructivo era suprimido”.
Cuando uno considera el horrible legado de la guerra, tiende a fijar toda la responsabilidad por el involucramiento americano de los odiosos militaristas en el CPI. Tal condenación retroactiva no es más compleja que un lema de guerra. En última instancia, su culpabilidad es menos importante que las preguntas que sus actividades levantaron sobre rol de la propaganda en una sociedad democrática.
La teoría democrática, según la interpretaron Jefferson y Paine, fue arraigada en la luminosa creencia de que los ciudadanos libres podrían formarse opiniones respetables sobre asuntos del día y utilizarlas para dirigir su propio destino. Se supuso que las comunicaciones entre los ciudadanos eran un elemento necesario del proceso democrático. Durante la primera guerra mundial, los líderes de América sentían que los ciudadanos no tomaban decisiones correctas lo suficientemente rápido, así que inundaron los canales de comunicación con mensajes deshonestos que fueron diseñados para excitar emociones y provocar odio hacia Alemania. La guerra terminó, pero la propaganda no. En las últimas siete décadas, quienes conducen nuestra nación, han articulado los ideales de Jefferson, mientras que se comportan como Bernays.
¿Es la propaganda compatible con la democracia, o mina la capacidad de la población para pensar críticamente sobre el mundo y sus acontecimientos? ¿Qué sucede cuando simplistas apelaciones emocionales son repetidos sin cesar? Durante la guerra, Bourne se quejó de que "simples silogismos simples son substituidos para análisis, las cosas son conocidas por sus etiquetas, y el deseo de nuestro corazón dicta lo que veremos”. ¿Podría esta descripción aplicarse igualmente a un clima político en el cual los lemas como “tres strikes y estás fuera”, “No pidas, No digas”, y “Simplemente di no” son tomadas como si fueran políticas reales para ocuparse de las necesidades sociales?
¿Qué hay sobre el argumento propagandista de que la complejidad de mundo moderno hace obsoleta la iluminación de la sabiduría popular? Es imposible para una persona ser simultáneamente experta en política exterior, conflictos laborales, asuntos ambientales, sistemas educativos, cuidados médicos, derecho político y regulación científica. Incluso el presidente esta obligado a confiar en las indicaciones de sus consejeros clave. ¿Debería América seguir la prescripción de Bernays y aceptar la sabiduría "de un liderazgo democrático administrado por una minoría inteligente que sabe como reglamentar y dirigir a las masas”? O es el "liderazgo democrático” simplemente una etapa de nuestro desarrollo democrático? ¿Podría este ser substituido algún día por algo que vaya más lejos?
¿Qué contribución harán las emergentes tecnologías de la comunicación para la difusión de la propaganda? ¿Legitiman los mitos de “interactividad la desequilibrada relación social o permiten que la audiencia desafíe al propagandista? Los anfitriones de charlas de radio afirman que el suyo es un medio democrático, pero quienes llaman son exhibidos y filtrados en los tres segundos que dura la comunicación ¿Son estas en verdad herramientas interactivas en el horizonte?
La diferencia importante entre nuestra “relación democrática” y un estado totalitario es que se nos permite plantear preguntas como éstas. Sin embargo la historia demuestra que, en épocas de crisis política y dislocación social, esta libertad es una de las primeras en desaparecer. Al acercamos al final del siglo veinte, hallar respuestas a estas preguntas es más importante que nunca.
* CPI, por sus nombre en inglés Comité on Public Information